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Goteras que distraen, vidas que se postergan

Lo pequeño que se vuelve grande

Hace poco, un amigo me compartió una historia sencilla. Lo curioso es que, sin querer, me dejó pensando más de lo que imaginaba. Era sobre una gotera. Sí, una gotera. Pero no cualquier gotera. Una de esas pequeñas interrupciones que, si no se vigilan, pueden convertirse en agujeros por donde se va lo esencial.

Cuando lo urgente eclipsa lo importante

El protagonista es un contador. Profesional serio, meticuloso, entregado. Uno de esos que no sueltan un detalle y se sienten responsables de todo lo que pasa dentro de sus cuatro paredes. Un día, mientras revisaba informes, notó una filtración en el techo de su oficina. Nada escandaloso. Solo una mancha en expansión que empezaba a ser incómoda.

Lo que hizo fue lo que cualquiera haría: tomar acción. Contactó al seguro, a la administración del edificio, pidió presupuestos, se metió en llamadas, correos, cotizaciones. Supervisó personalmente cada parte del proceso. Como si reparar el techo fuera su responsabilidad principal.

Lo que empezó como un gesto de cuidado, se convirtió poco a poco en una distracción disfrazada de diligencia. Día tras día, le dedicaba tiempo, atención y energía. Reagendaba reuniones, contestaba menos llamadas, delegaba lo justo. Todo para controlar el arreglo de una gotera que, en teoría, debía ser un trámite.

El costo invisible de una gotera

Una mañana cualquiera, mientras lidiaba con un contratista por teléfono, llegó a su oficina un cliente importante. De esos que no tocan la puerta dos veces. Venía recomendado por otro y tenía interés real en establecer una relación comercial. Pero no lo pudo atender. Estaba al teléfono, discutiendo un presupuesto. El cliente se marchó.

Cuando colgó, lo supo. Sintió ese vacío que no viene del estómago, sino del alma. Sabía que había perdido algo más grande que la filtración del techo. Había perdido enfoque. Había dejado que lo urgente tapara lo importante. Y lo peor: lo había hecho sin darse cuenta.

No fue el agua del techo lo que mojó su negocio. Fue el descuido de sus prioridades lo que empezó a deteriorarlo desde adentro.

La trampa de la ocupación elegante

Vivimos en una cultura que valora la hiperactividad. Aplaudimos al que lo hace todo, al que no para, al que está en todo. Pero muchas veces, la ocupación se convierte en una máscara elegante para justificar la falta de claridad. Nos sentimos útiles haciendo cosas, aunque esas cosas no nos acerquen a lo que realmente importa.

En el mundo empresarial, esto es particularmente peligroso. Los líderes no están para resolver goteras. Están para sostener visión. Pero claro, a veces, es más fácil ocuparse en lo tangible que enfrentar lo esencial. Una gotera se puede arreglar. Un propósito desdibujado… no tanto.

Cuando el control se disfraza de responsabilidad

A todos nos ha pasado. Ponemos el cuerpo en la agenda, pero la mente está agotada por temas menores. Nos cansamos no por la carga pesada, sino por las mil distracciones livianas que no soltamos. Porque, en el fondo, creemos que nadie más lo puede hacer tan bien como nosotros. Porque soltar nos parece una forma de perder. Cuando en realidad, muchas veces, soltar es liderar.

El liderazgo no se mide por cuánto controlas, sino por cuánto inspiras y liberas. Lo urgente siempre estará presente. Siempre habrá una gotera, una crisis, un correo sin responder. Pero si todo eso te consume, lo que pierdes no es solo tiempo. Es dirección.

Refugiarse en lo visible, postergar lo esencial

Y peor aún: a veces usamos las pequeñas urgencias como refugio para evitar decisiones grandes. Preferimos arreglar techos antes que enfrentar vacíos. Porque lo visible se siente manejable. Lo invisible, no tanto.

Yo he estado ahí. Muchas veces. Y si estás leyendo esto, probablemente tú también.

Discernir no es un lujo, es una forma de obediencia

La enseñanza no es que no debamos resolver los problemas. Claro que debemos. Pero no a costa de lo más valioso. No permitas que una gotera determine el curso de tu día. No sacrifiques tu energía mental por mantener una ilusión de control.

A veces el enemigo no necesita destruir tu visión. Solo necesita distraerte. Llenarte de pequeños asuntos que se sienten urgentes, pero no aportan a lo esencial. Te hace creer que estás avanzando… cuando solo estás girando.

Dios no te llama a ocuparte de todo. Te llama a discernir en qué sí debes estar y en qué no. A soltar el control que no necesitas tener. A confiar. A delegar. A priorizar lo eterno sobre lo inmediato.

No se trata de techos. Se trata de dirección

La vida no premia al que resuelve más problemas. Premia al que entiende qué batallas valen la pena. Al que invierte su tiempo donde hay fruto, no solo donde hay ruido.

Al final, ese contador arregló su techo. Pero la verdadera gotera que tuvo que tapar no estaba arriba. Estaba adentro. Era la voz que le decía que debía hacerlo todo, controlar todo, sostener todo.

Esa voz… también necesita silencio.

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